Nathan Copeland, el tetrapléjico que siente una mano robótica
Imagina que sufres un accidente y pierdes la sensibilidad en tus brazos y dedos. Ahora piensa que la vuelves a recuperar, una década después, a través de un brazo robótico conectado directamente a tu cerebro.
Eso es lo que ha experimentado el estadounidense Nathan Copeland, con 28 años de edad, tras someterse a un implante cerebral, y después, ser conectado a una interfaz cerebro-computador desarrollada por investigadores de la Universidad de Pittsburgh (EE UU). Ver video aquí https://www.youtube.com/watch?v=gqBG9TUdzZM
Los autores publican su estudio en la revista Science Translational Medicine, donde presentan por primera vez una tecnología que permite a personas como Nathan volver a sentir el tacto con un brazo robótico controlado por la mente. En concreto, mediante microelectrodos implantados en la corteza somatosensorial, cuya estimulación genera sensaciones como si fueran las de su propia mano.
“El resultado más importante de este estudio es que la microestimulación de la corteza sensorial puede provocar una sensación natural en lugar de un hormigueo”, explica Andrew B. Schwartz, coautor del trabajo, quien destaca: “Además, esta estimulación es segura, y las sensaciones evocadas son estables durante meses, aunque todavía hay que seguir investigando para que los pacientes consigan hacer mejores movimientos”.
El nuevo avance es la continuación de otros anteriores conseguidos por el mismo equipo. Hace cuatro años, ayudaron a Jan Scheuermann, una mujer tetrapléjica por una enfermedad degenerativa, a recoger objetos como una tableta de chocolate, mediante un brazo robótico controlado mentalmente. Antes, Tim Hemmes, paralizado en un accidente de moto, también llegó a tocar la mano de su novia con la misma técnica.
Pero los investigadores recuerdan que la forma en que nuestros brazos se mueven de forma natural e interaccionan con el entorno va más allá de pensar y mover los músculos correctos. Interviene el tacto, gracias al cual somos capaces de distinguir entre un pastel y una lata de refresco, que agarramos con distinta presión. La constante retroalimentación que recibimos del sentido del tacto es de suma importancia para que el cerebro sepa cómo y dónde mover un objeto.
Ese ha sido el siguiente paso de los investigadores: conseguir el tacto. A medida que buscaban al candidato adecuado, desarrollaron y perfeccionaron su sistema para que los inputs o entradas del brazo robótico se transmitieran por los microelectrodos implantados en el cerebro, justo donde se localizan las neuronas que controlan el movimiento de la mano y el tacto.
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